sábado, julio 08, 2006

"Fantasía Sinfónica a bordo de un Maserati plateado"

"Cuando Quiero Llorar No Lloro" (fragmento)
por: Miguel Otero Silva

....Victorino los dejó celebrando a carcajadas y codazos el naufragio de la fiesta de la Nena Londoño, la Mona Lisa había renunciado para siempre a sus vestiduras, cabalgaba desnuda por las avenidas del Country, Lady Godiva a horcajadas sobre la moto de Ramuncho, Victorino los dejó celebrando, enrumbó el Maserati carretera panamericana arriba, neblina arriba, hasta más allá de Los Teques, hasta más allá de Los Colorados, hasta más acá de Guayas, hasta una hondonada donde duendes en gavilla, que siempre andan sueltos por los valles de Aragua, o quizás ruidos congénitos del monte, le ordenaron devolverse. El Maserati iniciaba el descenso cuando Victorino encendió sin premeditación la radio, fluyó inesperadamente de los metales la Filarmónica de Berlín, fluyó inesperadamente de las maderas la Sinfonía Fantástica, era una música desconocida para Victorino, el desfogue romántico de los violines le impidió apagarla, cuando se serenaron los violines lloró la trompa aislada y melancólica, Estoy jarto de toda esta vaina, pensó Victorino, Victorino tiene que irse de este desdichado país, Malvina, de este embrión de país, de este feto de patria conservado en un frasco de alcohol, se llevará el recuerdo de usted por único equipaje, tomará un trasatlántico de nombre Malvina, navegará por mares con sabor a Malvina, bajo cielos color Malvina, hasta puertos donde nadie sepa quien es, hasta suburbios, donde los relojes digan doce veces Malvina para anunciar la medianoche, y usted permanecerá viva y sepultada en esta cárcel con pretensiones de país, gladiolo de la misa de doce, lirio de la cancha de tenis, clavel de la barrera de sombra, tulipán de la canasta, nomeolvides de las discotecas, virgo potens, virgo clemens, virgo prudentísima, hasta que se case, hasta que la casen con uno de esos cuarentones amigos de la familia, doctor en leyes, o ingeniero civil, o miembro de la Bolsa de Caracas, bolsa de Caracas, jamás presenció Caracas una boda tan, Victorino tiene que irse de esta caricatura de país, Malvina, la iglesia reventaba de música y de luces, qué linda está la novia, parece un arcángel la novia, usted camina majestuosa por entre los murmullos de las viejas y las frases del órgano, ¿Acepta usted por esposo?, Victorino recibe la noticia en Copenhague, la tropieza en un periódico del mes pasado, diciembre, sobre una mesa del consulado, viene su foto de azahares y una lista abrillantada de invitados, Victorino preferiría la tarjeta de entierro, ha fallecido cristianamente la señorita Malvina Peralta Ulloa, qué golpe tan recio, qué dolor en el pecho, pero es más llevadero que, tiene que escaparse de este país, Malvina, por mares color Malvina, hasta muelles brutales donde le den trabajo de estibador, beberá ginebra pura en tabernas olorosas a brea y aserrín, de brazo con los marineros y las prostitutas, les hablará de una prima y novia suya, ellos se burlarán obscenamente de sus lamentaciones, Victorino estrellará su vaso sobre el cobre relumbroso del mostrador, tiene que marcharse de este horrible país, Malvina, con el recuerdo suyo por único equipaje, con su dulce recuerdo, Malvina. El rasgo del arpa aparece entre los violines como una tórtola viuda que cantara bajo la lluvia, al conjuro de la batuta de von Karajan se trenza la arrebatada tolvanera del valse, el Maserati desovilla armoniosamente las curvas de la montaña, Es una mierda todo y yo mismo soy una mierda, pensó Victorino, el embrollo lo descubrieron aquella noche en que usted celebraba su fiesta de cumpleaños, Malvina, Victorino se puso a bailar con usted toda la noche sin saber por qué, él tenía una novia llamada Lucy que rompió a llorar desconsoladamente cuando los vio bailando de ese modo, no es correcto que cosas así sucedan entre primos hermanos, en otra época a usted le gustaba treparse a su motocicleta, se apretaba contra su suéter y él sentía en la espalda el calorcito de sus senos, en otra época se bañaban juntos en la piscina, Victorino nadaba silenciosamente debajo del agua para brotar de pronto entre sus, en otra época usted no lo llamaba Victorino como todo el mundo sino Jefe Indio, ¿por qué Jefe Indio?, pero no descubrieron el embrollo sino aquella noche de su fiesta, Lucy sollozaba bajo las palmas del jardín, quería morirse, Victorino bailaba con usted y con usted, cada vez más cerca, cada vez más olvidados usted y él de los ojos que los rodeaban, parece increíble que dos primos hermanos, Victorino tiene que desaparecer de esta tierra hosca y emponzoñada, la gente mira con rencor de prestamista, por donde uno camina no pisa sino estiércol y odio, bejucos de odio, pajonales de odio, Victorino tiene que huir de este país, Malvina, bailaba con usted y la besó en la boca, nadie les importaba, Mami no íes quitaba la vista desde su mesa, ¡dos primos hermanos!, Mami pálida y asombrada entre botellas de champaña y candelabros, Lucy había desaparecido, Victorino la llamó por primera vez Mi perrita linda, su corazón giraba incendiado a los pies de usted como un trompo perpetuo, tiene necesidad de su cuerpo, Malvina, debe escaparse de este país, su corazón gira que gira a la sombra de sus ojeras, salir a remo y vela de este país, de este pobre país. El oboe y el corno inglés desgarran sus cuitas pastoriles, resucita la mañana sobre los valles, renace la luz entre los ijares colosales de los cerros cercanos, amuralladas catedrales verdes irrumpen de la sombra, toros de cielo negro vadean esteros grises, toros de cielo negro se empotreran en dehesas azules, se erige rescatada de la noche la tornadiza cartografía de las nubes, de los barrancos sube un olor a hierba recién cortada, un olor a cañamelar cimbrado por el viento, un olor al resuello de los inmensos árboles floreados, la flauta y el clarinete revolotean por entre el espigueo de los violines, cuántos verdes distintos acuden al llamado, desde el verde desvalido que amarillea en la ladera próxima hasta el verde ronco y misterioso que negrea en los remotos cangilones, irse de este país, dar la espalda a estos acicalados paisajes de regadío, renegar de estas mórbidas laderas oportunistas, Se cansa uno, no jo, pensó Victorino, usted y su impenetrable vientre enamorado, Malvina, si Victorino se quedara con usted en este país, si renunciara a su realenga libertad, si pisoteara sus principios que le ordenan ser diferente a los demás, si se domesticara para vivir a la sombra de usted como un cocker spaniel, orejón y peludo como un cocker spaniel, el padre de Victorino les regalaría de matrimonio una espléndida finca arrebujada en este despilfarro de verdes,
el padre de usted les abriría una linda cuenta en el National City Bank, don Victorino Peralta criador de caballos pura sangre, don Victorino Peralta criador de becerros holstein y de pollitos W. horn, ese es él, su bella esposa Malvina Peralta de Peralta montada en una yegua baya, esa es usted, qué apabullante felicidad, qué fastidio rural, Malvina, Victorino prefiere escaparse de este país, viajar con el recuerdo de usted bajo el brazo como un portafolios, que le den una puñalada en una taberna de Rotterdam, él no es sino un patotero triste, Malvina, la juventud es la más confusa de las tristezas, él la llama desde la deprimente soledad que enfrenta el motor de su automóvil, usted no le responde, le responde el redoble de las nubes pizarra que se aglomeran allá lejos, la llama nuevamente porque tiene hambre de su cuerpo, Malvina, le responden tan sólo las nubes oscuras con su trémolo de cuatro timbales, la llama y la llama desde sus torreones claudicantes, Malvina, ni siquiera las nubes sucias le responden, Victorino tiene que huir de este silencio. Victorino aceleró la velocidad del Maserati, apremiado por el baquetazo de los timbales, por el contraluz guerrero de las trompetas, por el rezongo enconado del contrabajo, arrastrado por el brisote de todos los arcos, sometido a la constante acentuación de la Marcha al Cadalso, el Maserati desplazaba raudales de aire impávido, contra los cristales morían crucificadas las mariposas amarillas, el Maserati era un relincho de plata que bajaba de la montaña como la voz de Jehovah, ¿Soy o no soy el grande de la patota? pensó Victorino, sí es, Malvina, Victorino Peralta enciende un fogón para quemar los caletres del bachiller en filosofía, a Victorino Peralta le dan vómitos las componendas falderas del hijo de familia, Victorino Peralta le tira una trompetilla a las poses heroicas del joven revolucionario, Victorino Peralta se caga en el raquitismo y en la inspiración del poeta hermético, Victorino Peralta no tiene otra profesión sino el orgullo de no tener ninguna, duro de pectorales, Malvina, duro de bíceps, duro de maseteros, duro de corazón si viene al caso, propietario y piloto de esta máquina prepotente que obecede a sus manos y a sus pies y a sus gritos, Malvina, como un burrito de panadería. Los cauchos desafinan en las curvas, los cauchos chillan azuzados por la zalamería del fagote, espoleados por el pizzicato neurálgico de los violines, el velocímetro marca 110 cuando pasan al viejo Dodge cremoso, 120 cuando pasan al Buick azul, 125 cuando pasan al Cadillac negro, Victorino maneja con una precisión invulnerable, la izquierda en las 11 de un reloj imaginario, la derecha en las 3 de un reloj imaginario, 130 cuando pasan al camión de carga que pretendía estúpidamente no dejarse pasar, el camionero grita una insolencia que se la lleva el viento, Soy un machete pelado como volante, pensó Victorino, Victorino tiene sobrado derecho a correr a 140 kilómetros por hora, Malvina, Victorino domina este tremendo Maserati como si fuera un burrito de panadería, Victorino lleva grabada en el cerebro la explicación de cada tuerca, de cada alambre, de cada gota de gasolina, y luego la pericia de Victorino, sus músculos sus reflejos sus nervios, este descenso a 150 kilómetros por hora es un pasatiempo tan inofensivo como el paseo de un bebé en su cochecito de encajes, Victorino logrará algún día fugarse de este país, Malvina, disputará verdaderas, disputará auténticas carreras de automóviles, en Monza y en Le Mans, Victorino Peralta de casco y sonrisa, la insuperable estrella suramericana, el nuevo Fangio, ramos de flores y besos de muchachas rubias a la llegada, lástima que se haya matado el campeón inglés en la última curva, lo asaltan los fotógrafos, Malvina, lo arrinconan las buscadoras de autógrafos, Victorino Peralta ha batido el record mundial gritan los altavoces, Malvina, eso sí será correr contra los relojes y contra la muerte, no esta excursión de aficionados, esta procesión a 160 podridos kilómetros por hora, repitiendo una ruta que conoce como la palma de sus manos, Malvina, en una aparatosa máquina ornamental que domina como un burrito de panadería. De repente comenzó a llover sobre los campos y sobre el macadam, Victorino había corrido al encuentro de las nubes pizarra que se aglomeraban en la lejanía, al encuentro de un aguacero hosco que ahora caía sobre él en grandes goterones sesgados, greñas de pantano se desprendían del cerro y atigraban de ocre la carretera, el limpiaparabrisas desbarataba espesas telarañas de agua, los platillos de la Filarmónica de Berlín rechinaron a la luz de un relámpago, Victorino no disminuyó la velocidad, no era necesario disminuirla, no era, en la curva donde pusieron el cartel de la Orange Crush, ahí fue la cosa, las ruedas traseras del Maserati perdieron adhesión, los cauchos patinaron sobre el cemento húmedo, la mole violenta del automóvil se ladeó en diagonal buscando el talud del cerro, Victorino sabía perfectamente que en esos casos no se frena, no se frena jamás en las derrapadas, Victorino cambió la velocidad, Victorino pisó el acelerador, era la maniobra indicada para evitar el encontronazo a la izquierda, para evitar el despeñamiento a la derecha, Victorino la ejecutó limpiamente, entonces brotó de la lluvia, entonces apareció en sentido contrario aquel autobús color violeta atestado de pasajeros y gallinas, desbordante de niños y canciones, Victorino enfurecido por su puerco destino dio un manotón violento al volante, el Maserati torció su embestida hacia el precipicio, Victorino no, Malvina, miperrita linda, carajo, Mami, pensó Victorino, los aterrados pasajeros del autobús color violeta sólo vieron un relincho de plata que cruzaba el tejido de la lluvia, los niños del autobús enmudecieron para escuchar un estruendo de yunques y trombones que daba tumbos entre los peñascos hasta detenerse en un clamoroso rígido iracundo acorde final.
Pero la sinfonía no había terminado, Malvina. En virtud de un milagro de Orfeo, hijo de Apolo, o en su defecto de Santa Cecilia, esposa de San Valeriano, la Filarmónica de Berlín continuó tocando en la entraña del abismo, en medio de un amasijo de heléchos aplastados, hierros retorcidos, humareda y despojos, sí, Malvina, despojos. También sonaba el estrépito del aguacero pero tan vocinglero que costaba trabajo precisar si era rumor del agua o algazara de brujas empecinadas en celebrar un inadmisible aquelarre matutino en torno al cadáver de aquel adolescente. El aguacero estridente y burlón (la lluvia montada en palos de escoba) decía con extravagancia goyesca de clarinete requinto:
Tú pensabas escapar de este hermoso país, pobre muchacho muerto, usaremos tu semen como ungüento para empinar nuestras tetas flácidas, usaremos tu sangre como bálsamo para alisar nuestras nalgas arrugadas, tu semen mezclado con belladona y mandragora, tu sangre perfumada con opio y cicuta, pobre muchacho muerto que soñabas con desertar de este maravilloso país.
Fue preciso que acudiera el viento en alegato de los restos de Victorino, un viento tan encarnizado que no se sabía si era el viento o si hermandad de frailes encapuchados que entonaban la más nefaria versión del Dies Irae que imaginarse pueda:

Dies irae, dies illa
solvet saeclum in favilla,
Lucifer con su morcilla se frota la rabadilla,

eran los frailes del viento juramentados para malograr el aquelarre de las nubes.
Las abominables hechiceras se hallaban en manifiesta desventaja a esa hora temprana, sin murciélagos ni tinieblas, bajo esa luz del día refractaria al vuelo de las escobas, y a las misas negras y a las tarantelas sicalípticas. Para complemento, desde una ermita solitaria repicaron, en auxilio de los monjes oficiantes, las parcializadas campanas del papa romano.

Dies irae,
dies illa solvet saeclum in favilla,
Lucifer con su morcilla
se rasca la rabadilla.

Judex ergo cum sedebit
quidquid latet adparebit
debéis alzarle el rabebit
para besarle el culebit.


Huyeron finalmente en ritmos encabritados las brujas de la lluvia, vencidas por la implacable solemnidad del canto llano. Escampó a todo lo ancho del valle. Un arcoiris de postal azucaró los cielos. En jaspeada gritería descendían por las vertientes los pasajeros del autobús, encabezados por sus niños cantores, y descendían con ellos los trajes rojos de los bomberos, y el verde oliva de los guardias nacionales, y los pañolones blancos de las campesinas, una muchedumbre bajó por las Vertientes en un tutti orquestal, para asombro y desbandada de las lagartijas. Ahí sí terminó el concierto de Berlioz, Malvina. El pajarraco negro que se había posado en la frente apaciguada de Victorino, huyó en un aleteo rastrero y grotesco....

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*De Miguel Otero Silva no podría yo decir mucho, pues cualquier cosa que yo exprese acá sobre su trabajo se vería permeada por esa admiración que desde siempre he sentido por su obra, por eso, solo dejo acá este fragmento de "Cuando Quiero Llorar No Lloro", mi novela favorita de todos los tiempos, genial oda a la Caracas de entonces, a su juventud y a las distintas maneras de vivir (y morir) en esta urbe otrora "Sucursal del Cielo", y es este fragmento, acto final en la vida de Victorino Peralta, mi pasaje favorito de todo el libro, eso sí, seguido muy de cerca por el desenlace del asalto a la joyería y el delirio final de un Victorino Pérez disparando una ametralladora vacía ocn la sola compañía de Madison y Crisanto Guánchez ya cadáveres, y por la escena final entre Victorino Perdomo y Amparo, acto de amor físico, narado a la usanza de las carreras de caballos....

"....Victorino se ha vuelto loco, definitivamente loco con una ametralladora sin balas entre las manos, más allá de los tiros burbujea la música obsesiva de una radio, "ese toro enamorado de la luna".... quisiera confesarte una cosa, Blanquita."

sábado, julio 01, 2006

El "Turning Point" de Andresito Barazarte

País portátil (fragmento)
Adriano González León


....
—Tienen la moral más alta que nunca, te lo juro, Andrés, yo hablé con él.
—¿Te dijo si habían sentido miedo, te dijo eso?
—Bueno... él no me habló de todos, pero sí de su caso: lo que él experimentó.
—Y... ¿le preguntaste cómo era, cómo se sintió, si sudaba, si le temblaban las manos, si tartamudeaba...?
—No... no sé... él sólo me confesó que había sentido miedo. Además no íbamos a pasar los pocos minutos hablando de eso. Me había hecho pasar por un familiar y la visita fue riesgosa. Quería que me contara cómo fue.
—Pero entonces sintió miedo... Todos deben haber sentido miedo, ¿verdad?
—¿Y eso qué importa? Allí está justamente lo interesante. Tener miedo y realizar las cosas. Si no hubiera miedo todo fuera muy fácil. Mandrake, Superman...
—Claro... Claro...
La palabra clave era despresurizar. Palabra jodida, no. Parece de código, pero sin embargo es así: cambiar la presión atmosférica dentro del avión. Había que repasar la química. Las vainas que uno nunca supo. Y aún sabiéndolas el problema era la presión verdadera, la del aparato y la del corazón, en pleno vuelo, metido en las nubres sin saber el resultado final. Fue un aprendizaje rápido, pero intenso. Ojos y cerebros y oídos para entender el funcionamiento del radar. Otra palabra de código, lejana. En las historietas y las películas siempre estuvo cerca. Era fácil. Cualquiera podía hablar familiarmente de ella porque en fin de cuentas no comprometía, quedaba bailando entre todas las cosas que se manejan, sin que haya necesidad de hacerles frente de verdad. Esa vez el radar tenía que estar próximo, ser pan comido, meterlo en la memoria. Y otras cosas más. Los comandos. Por supuesto, no era un curso de aviación en quince días, como los estúpidos métodos de idiomas. No era necesario saber conducir. Pero sí lo elemental. Evitar que el piloto metiera trampas. Desde luego que ha podido meterlas, pero se contaba con las sorpresas y el miedo y la seguridad y una pistola apuntando en la raíz del cuello. Al frente, el tablero. Aquella maraña de botones, aquel lío de interruptores y lucecitas. El panel que siempre produjo alarma, porque todos imaginan que un simple olvido... Todo eso... El radio, hacer los cambios, impedir los informes a la Torre de Control, saber cuáles señales podrían poner en guardia a todo el aeropuerto antes de tiempo, saber tantas vainas, los manejos lógicos del piloto que no eran para delatar sino para asegurar el vuelo. Todo eso.
Un aviador asistió a las reuniones. Era hombre hábil, capaz. Iba al grano. Tenía una enorme seguridad y la comunicaba. "Después de todo esto viene lo más difícil", dijo. "Tienen que amarrarse los pantalones, frenar esos nervios, no equivocarse. Es menester abrir la escotilla en pleno vuelo".
El mayor riesgo, pero había que correrlo. Se trataba de conmover la opinión nacional. En la calle, los policías estaban torturando y asesinando. Había un desgaste de las manifestaciones. Todo el mundo pedía garantías. El comando decidió entrarle con agallas al asunto. Era necesario rebasar las fronteras, provocar el escándalo internacional. Durante tres días hubo reuniones en un apartamento del norte de la ciudad. Horas de discusión, cálculos, análisis de las posibilidades. Embanderar los edificios más importantes, lanzar globos, desplegar la propaganda desde las terrazas, parecía un juego en aquellos momentos. Un trapo negro en el Ministerio de Comunicaciones, una bandera en la Creole, varios paquetes de la operación "tres minutos" en el Edificio La Francia, en el de la Pan American, en la Torre Sur o en las Residencias Monserrat, resultaba una bolsería. Venían los digepoles o los policías municipales a desmontarlos o a recoger los volantes. Rechazado. Se habló entonces de mitines relámpagos, repartos y "pintas". Todo eso estaba ya realizado, le faltaba empuje. Era bueno, sí, claro, y efectivo, pero se trataba de tener agallas. De empujarse duro. El comando no estaba reunido para discutir tareas regulares, sino para una emergencia creadora: echarle pichón, ponerle talento y coraje a la cosa. Al tercer día, el Jefe del Comando tomó la palabra para anunciar la decisión final:
—¡Compañeros, se trata entonces de la toma de un avión en vuelo!
Había que estudiar y realizar la acción. Cinco fueron escogidos. Al principio se pensó incluir una muchacha, según se estilaba, pero hubo que desistir porque había un enorme margen de inseguridad. No era que se desestimara a las mujeres. Pero en este caso era una tarea desconocida. Además, hubo que hacer selección. Tomar en cuenta la experiencia y los méritos. Los cinco que fueron finalmente designados trabajaban en distintos frentes. Uno de ellos había sido presidente de un centro de estudiantes liceístas.
En el apartamento se repartió un croquis del aparato. Para aprendérselo de memoria. Para estudiárselo bien. El aviador comenzó a dar explicaciones. Todos estaban atentos. ¡Qué coño! Una vez allí había que soltar el resto. Alguien aumentó el volumen del tocadiscos. De vez en cuando había que echar una ojeada por la mirilla de la puerta, revisar el pasillo, asomarse hecho el bolsas a la ventana.
El aviador era machete. Daba seguridad, entusiasmaba. Toda la reunión fue una reunión técnica, de aprendizaje. la segunda vez se hizo un repaso. Los cinco estaban bien entrenados y se asignaron los puestos dentro del aparato: uno cerca de la cabina, otro delante de la fila de asientos, otro en el centro y dos en la cola. Se indicó el momento preciso de entrar en acción: después del despegue, una vez hecho el giro, para evitar cualquier intervención extraña. En ese instante todos los pasajeros tendrían puestos todavía el cinturón de seguridad. Y vino la frase final, la que los conmovió a todos:
—¡Sepan que las posibilidades de retorno son inciertas!
Los cinco se miraron. No era juego. Tratándose de un vuelo, había que apretarse el cinturón. Por primera vez midieron todos los alcances de la aventura.
—Pero... ¿Tenían miedo? —volvió a preguntar Andrés.
El catire lo miró con cierto desprecio, y dijo:
—¡Tenían bolas!....
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-De esta novela de Adriano González León, díce "Barrabás" que de haber manejado con algo mas de malicia el lenguaje coloquial de la Venezuela sesentosa, le habría quitado el puesto de "indiscutible número uno entre los escritores venezolanos del llamado BOOM Latinoamericano", yo que no sé mucho de esas cosas, me limito mostrarles el pasaje que más me ha gustado de "País Portátil", ya luego hago lo propio con "Cuando Quiero Llorar No Lloro" de MOS